Casi que puedo escuchar a Carlos Gardel y su "Fumando espero" : "Fumar es un placer, genial, sensual..."
No gusto del fumar, pero entiendo que la magia de sus espirales ha inspirado a muchos en la misma medida que se cuela en sus entrañas. Me gusta esa cotidianidad del cigarrillo desprovisto de vicio casi que por la absorción en el vicio mismo. Como si el cigarrillo fuese una nariz, un órgano más, de aquel ser que vive en su alquitrán. Hace poco vi a una familia entrar a un taxi y ver al taxista fumando. Sin preguntar, todos encendieron su pitillo y no lo dejaron apagar jamás, encendido como el taxímetro.
Respondo a tu inspiración con una reflexión añeja, que mas que un cuento, es un estado de animo… Se llama : ¿El Factum o la cantata? y dice:
“Ansío alcanzar un millar de constelaciones. Me encuentro perdido en mi propio sistema. Cada despertar es un puñetazo bajo que me ahuyenta las pocas ganas de continuar. Siento en mi tristeza la aguda punción de un vaticinio, como si el factum hubiese tomado la decisión de darme porrazos en ciertos momentos de esta caminata.
Por eso me he ido a refugiar al parque. He salido a caminar las penas y los malos genios. He desbordado en cada paso, por cierto lento, todo suspiro de este silencio. Atravieso con el sigilo de mis tacones, la arboleda semidesnuda que deja caer sus hojas, pajarillos viajeros. Las ráfagas de gente contra el rostro, como el viento, me pasan sin pena ni gloria. Distingo sus formas y colores, pero se confunden con los restos secos del otoño, esparcidos a mis pies. Mientras los piso, crujiéndolos con hastío, la luz excepcional de un cielo cenizo me cubre con su noche y me ilumina la desolación.
Hoy le dije a mi cuerpo “no tengo a donde ir, toma tu las riendas de mi propio ser”, es decir mi mente y mi corazón. Así es como me condujo, cuesta abajo, hasta este corredor arbóreo que atravieso. Estoy solo, conducido por mis pies. No tengo más remedio que observar.
Hay hortensias a mi alrededor con diminutas guirnaldas que las embellecen. Me apoyo en una loza y veo dolorido más personas que pasan. Me creo egoísta por no querer mirarlas, le roban espacio a mi soledad. Les doy la espalda. No quiero ver a nadie. Es una noche hermosa de otoño y yo estoy gris.
Quiero entonces empezar a cantar para dejar fluir lo que tengo reprimido. Entonar sin miedo algunos cantos antiguos, los que oí cuando era niño, los que se han quedado grabados en mi memoria auditiva. Los canto cada vez con mas fuerza mientras mezo la cabeza, y voy haciendo de la banca donde me encuentro, mi propio escenario.
Canto para la nada.
Canto para las hojas que siguen cayendo.
Canto para los que no me ven y sobretodo para mí.
Canto y canto para mí, para liberarme de mi propio yo. Del yugo sobre mi cerviz. Canto para volverme a levantar y retomar el camino de regreso a casa.
Canto para darle fuerza a mis pulmones y seguir respirando.
Así recobro mi aliento para proseguir la marcha.
Y no morir de frio en la arboleda”.
Antonio Aragón - Madrid, 2000
Share